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El Beso

23 janvier 2006

Mística y filosofía

Este texto de Ortega sirve muy bien para saber qué puede pensar un filósofo de la mística:

"Mi objeción al misticismo es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual. Por fortuna, algunos místicos han sido, antes que místicos, geniales pensadores como Plotino, el maestro Eckehart y el señor Bergson. En ellos contrasta peculiarmente la riqueza, la fertilidad de pensamiento, lógico o expreso, con la miseria de sus averiguaciones extáticas.

El misticismo tiende a explotar la profundidad y especula con lo abismático; por lo menos, se entusiasma con las honduras, se siente atraído por ellas. Ahora bien, la tendencia de la filosofía es de dirección opuesta. No le interesa sumergirse en lo profundo como la mística, sino, al revés, emerger de lo profundo a la superficie. Contra lo que suele suponerse, es la filosofía un gigantesco afán de superficialidad, quiero decir de traer a la superficie y tornar patente, claro, perogrullesco, si es posible, lo que estaba subterráneo, misterioso y latente. (…) Frente al misticismo, la filosofía quisiera ser el secreto a voces.

Comprendo, pues, perfectamente, y de paso comparto, la falta de simpatía que han mostrado siempre las Iglesias hacia los místicos, como si temiesen que las aventuras extáticas trajesen desprestigio sobre la religión. El extático es, más o menos, un «frenético». Por eso se compara él mismo a un hombre ebrio. Le falta mesura y claridad mental. Da a la relación con Dios un carácter orgiástico que repugna a la grave severidad del verdadero sacerdote. El caso es que, con rara coincidencia, el mandarín confuciano experimenta un desdén hacia el místico taoísta, parejo al que el teólogo católico siente hacia la monja iluminada. Los partidarios de la bullanga en todo orden preferirán siempre la anarquía y la embriaguez de los místicos a la clara y ordenada inteligencia de los sacerdotes, es decir, de la Iglesia. Yo siento no poder acompañarlos tampoco en esta preferencia. Me lo impide una cuestión de veracidad. Y es ella que cualquiera teología me parece transmitirnos mucha más cantidad de Dios, más atisbos y nociones sobre la divinidad, que todos los éxtasis juntos de todos los místicos juntos. (…)

Yo creo que el alma europea se halla próxima a una nueva experiencia de Dios, a nuevas averiguaciones sobre esa realidad, la más importante de todas. Pero dudo mucho que el enriquecimiento de nuestras ideas sobre lo divino venga por los caminos subterráneos de la mística y no por las vías luminosas del pensamiento discursivo. Teología y no éxtasis.

Recuerden ustedes la impresión sincera que les ha producido el trato con las obras místicas. El autor nos invita a un viaje maravilloso, al más maravilloso. Nos dice que ha estado en el centro mismo del universo, en la entraña de lo absoluto. Nos propone que rehagamos con él la caminata. Encantados, nos disponemos a partir y dócilmente seguir a nuestro guía. Desde luego, nos sor- prende un poco que quien se ha sumergido en tal prodigioso lugar y elemento, en tan decisivo abismo, como es Dios o lo Absoluto o lo Uno, no haya quedado más descompuesto, más deshumanizado, con nuevo acento más distinto y otro de nosotros mismos. (…) El místico ha vuelto intacto, impermeable a la materia soberana que durante un rato le ha bañado. Si alguien nos dice que vuelve del fondo del mar, automáticamente dirigimos una mirada a su indumentaria con la esperanza de hallar en ella prendidos vagos restos de algas y corales, flora y fauna abisal.

Pero es tanta la ilusión que nos ofrece el viaje propuesto, que acallamos esta momentánea extrañeza y caminamos resueltos junto al místico. Sus palabras sus logoi nos seducen. Los místicos han solido ser los más formidables técnicos de la palabra. Los más exactos escritores. Es curioso y como veremos paradójico que en todos los lugares del mundo los clásicos del idioma, del verbo, hayan sido los místicos.

Además de portentosos decidores, los místicos han tenido siempre un gran talento dramático. Todo buen, dramaturgo conoce el efecto de mecánica tensión que produce la segmentación del camino hada un futuro anunciado. Y por eso, los místicos dividen siempre su itinerario hacia el éxtasis en virtuales etapas. Unas veces se trata de un castillo dividido en moradas inclusas unas en las otras, como esas cajas japonesas que tienen siempre dentro otras cajas más así Santa Teresa; otras veces es la subida a un monte con altos en la ascensión como en San Juan de la Cruz, o bien es una escalera donde cada peldaño nos promete una nueva visión y un nuevo paisaje, como en la escala espiritual de San Juán Clímaco. Confesemos que al llegar a cada uno de estos estadios sentimos alguna desilusión; lo que desde él divisamos no es cosa mayor. Mas he aquí que al llegar a la última morada, a la cima del Carmelo, al último escalón, el místico guía, que no ha parado de hablar durante un momento, nos dice: «Ahora, quédese usted ahí solo; yo voy a sumergirme en el éxtasis. A la vuelta le contaré a usted.»

Helo aquí que ya vuelve, se acerca y nos dice: «Pues ¿sabe usted que no puedo contarle nada o poco menos, porque lo que he visto es en sí mismo incontable, indecible, inefable?» Y el místico, tan locuaz antes, tan maestro del hablar, se torna taciturno en la hora decisiva o, lo que es peor todavía y más frecuente, nos comunica del trasmundo noticias tan triviales, tan poco interesantes, que más bien desprestigian el más allá. Hemos perdido nuestro tiempo. El clásico del lenguaje se hace especialista del silencio."

DEFENSA DEL TEÓLOGO FRENTE AL MÍSTICO (O. C. p453 ss.)

Ahora, cómo habla un místico de la iniciación al silencio:

Ejercicio 1

«El silencio es la gran revelación», dijo Lao-tse. ; para captar la revelación del Silencio, debéis primero lograr silencio. Y ésta no es tarea sencilla. Vamos a intentarlo en este primer ejercicio.

Que cada uno de vosotros busque una postura cómoda.

Cerrad los ojos.

Guardar silencio durante diez minutos. Intentaréis, en primer lugar, hacer silencio, el silencio más total, tanto de corazón como de mente. Cuando lo hayáis conseguido, quedaréis abiertos a la revelación que trae consigo el silencio.

Al final de los diez minutos os invitaré a que abráis los ojos y a que compartáis con el resto, si así lo deseáis, lo que habéis hecho y experimentado en este tiempo. Que describa ese silencio, si es capaz. Que cuente algo de lo que ha pensado y sentido durante este ejercicio.

Muchos descubren, para sorpresa suya, que el silencio es algo a lo que no  están acostumbrados en absoluto. Hagan lo que hagan, son incapaces de detener el constante vagar de su mente y de acallar el alboroto emocional que sienten dentro de su corazón. Otros, por el contrario, se sienten cercanos a las fronteras del silencio. En ese momento sienten pánico y huyen. El silencio puede ser una experiencia aterradora.

Con todo, no existe motivo para desanimarse. Incluso esos pensamientos alocados pueden ser una revelación. ¿No es una revelación sobre ti mismo el hecho de que tu mente divague?

En este proceso hay algo que puede animarte: el hecho de que hayas podido ser consciente de tu dispersión mental, demuestra que tienes dentro de ti al menos un pequeño grado de silencio, el grado de silencio suficiente para caer en la cuenta de todo esto.

Cierra los ojos de nuevo y percibe tu mente dispersa durante dos minutos… Siente ahora el silencio que te hace posible concienciar la dispersión de tu mente…

En los ejercicios que vienen a continuación iremos construyendo este silencio mínimo que tienes dentro de ti. A medida que crezca te revelará más y más cosas sobre ti mismo. Esta es su primera revelación: tu propia identidad. En esta revelación, y a través de ella, alcanzarás cosas que el dinero no puede comprar, tales como sabiduría, serenidad, gozo, Dios.

Cierra los ojos. Busca el silencio durante unos cinco minutos. Cuando termines este ejercicio, trata de ver si los esfuerzos que has realizado en estos últimos minutos han sido más o menos positivos que los anteriores.

Observa si el silencio te ha revelado ahora algo que no habías percibido anteriormente.

No pretendas encontrar algo sensacional en la revelación que el silencio te regala: luces, inspiraciones, perspectivas. Limítate a observar. Trata de recoger todo lo que se presenta en tu conciencia. Todo, aunque sea trivial y ordinario, lo que te sea revelado. Quizás toda la revelación se reduzca a caer en la cuenta de que tus manos están húmedas, a hacerte cambiar de postura o a tomar conciencia de que estás preocupado por tu salud. No importa. Es realmente valioso que hayas caído en la cuenta de todo esto. Es más importante la calidad de tu toma de conciencia que sus contenidos. A medida que mejore la calidad, tu silencio será más profundo.

Ejercicio 2

Sitúate en una posición que te resulte cómoda y relajante. Cierra los ojos. Voy a pedirte que te hagas consciente de determinadas sensaciones corporales que sientes en estos momentos, pero de las que no te das cuenta de manera refleja… Cae en la cuenta del roce de tu ropa en tus hombros… Ahora del contacto que se produce entre tu ropa y tu espalda…recibe la sensación de tus manos cuando se juntan o reposan en tu regazo… Hazte consciente de la presión que tus muslos y nalgas ejercen sobre la silla… Cae en la cuenta de la sensación de tus pies al tocar los zapatos… Ahora hazte consciente reflejamente de la postura en la que estás sentado… De nuevo: tus hombros… tu espalda… tu mano derecha… tu mano izquierda… tus muslos… tus pies… la posición en que estás sentado… Otra vez: hombros… espalda… mano derecha… mano izquierda… muslo derecho… muslo izquierdo… pie derecho… pie izquierdo… tu posición en la silla.

Procura no detenerte en cada parte durante más de dos minutos, hombros,  espalda, muslos, etc. Pasa continuamente de uno a otro…

Cuando hayan pasado cinco minutos, te invitaré a que abras los ojos despacio y pondremos fin al ejercicio.

Este ejercicio sencillo produce en la mayoría de las personas una sensación inmediata de relajación. Uno de los enemigos más poderosos de la oración es la tensión nerviosa. Este ejercicio trata de ayudarte a dominarla. La fórmula es muy sencilla: te relajas cuando llegas a tus sentidos; cuando tomas conciencia lo más plenamente posible de las sensaciones de tu cuerpo, de los sonidos o ruidos que te rodean, de tu respiración, del sabor de lo que tienes en la boca.

La inmensa mayoría de las personas viven excesivamente en sus cabezas; tienen en cuenta los pensamientos y fantasías que emergen en ella pero son muy poco conscientes de la actividad de sus sentidos. Por esta forma de proceder, rara vez viven en el momento presente. Y el mejor método que yo conozco para permanecer anclado en el presente es abandonar la cabeza y volver a los sentidos.

Siente el calor o el frío de la atmósfera que nos rodea. Percibe la brisa que acaricia tu cuerpo. El calor cuando el sol entra en contacto con tu piel. El tejido y temperatura del objeto que tocas… y nota la diferencia. Observa cómo retornas a la vida a medida que te insertas en el presente. Cuando hayas dominado esta técnica de tener en cuenta los sentidos, te sorprenderás de los cambios que se producen en ti si eres de las personas que sienten frecuentemente tristeza frente al futuro o culpabilidad frente al pasado.

No percibirás sensación alguna en áreas amplias de tu cuerpo. Esto se debe a que tu sensibilidad ha quedado adormecida por vivir demasiado en tu cabeza. La superficie de tu piel está cubierta con trillones de reacciones bioquímicas a las que llamamos sensaciones y, mira por dónde, a ti te cuesta trabajo encontrar unas pocas. Has endurecido tu capacidad para sentir, quizás como consecuencia de algún daño emocional o de un conflicto que has olvidado hace mucho tiempo. Tu poder de concentración y de atención están sin cultivar, subdesarrollados.

Este ejercicio es una preparación para la oración y contemplación, un medio para relajamos y conseguir la quietud, condiciones imprescindibles para orar.

Cierra de nuevo los ojos. Entra en contacto con las sensaciones que se producen en diversas partes de tu cuerpo.

Lo ideal sería que no pensases en las diversas partes de tu cuerpo concibiéndolas como «manos», «piernas», o «espalda», sino que pasases de una sensación a otra sin etiquetar ni nombrar.

Si adviertes un impulso a moverte o a cambiar de posición, no consientas. Limítate a tener en cuenta esa incitación.

Realiza este ejercicio durante algunos minutos. Sentirás crecer la calma en tu cuerpo. No te solaces en esa tranquilidad. Continúa en tu ejercicio y deja que la calma se cuide de sí misma.

Habrá momentos en los que la calma o el vacío sean tan intensos que te impidan totalmente realizar cualquier ejercicio o esfuerzo. En tales momentos no eres tú quien busca la tranquilidad; la calma toma posesión de ti y te será conveniente y saludable que abandones todo esfuerzo (que, por otra parte, sería imposible), que te rindas a la calma abrumadora que anida dentro de ti.

Ahora observa cada uno de los pensamientos que vienen a tu mente. Existen dos formas de tratar los pensamientos: seguir sus evoluciones, al igual que un perrillo sigue por las calles a todo par de piernas que vea moverse en cualquier dirección que sea, u observarlos como una persona asomada a la ventana contempla a los que pasan por la calle. Yo te recomendaría que empleases esta segunda forma. Hazte consciente de que estás pensando. Puedes, incluso, decirte interiormente, «Estoy pensando… estoy pensando…» o, más breve, «pensando… pensando…» para mantenerte presente al proceso de pensamiento que está desarrollándose dentro de ti. Mientras tienes en cuenta el hecho de que estás pensando, toda actividad pensante tiende a pararse.

La contemplación es algo muy sencillo. Para avanzar en ella no es preciso emplear técnicas cada vez más complicadas, sino perseverar en la simplicidad. Resiste a la tentación de buscar lo novedoso y, por el contrario, busca la profundidad.

No hagas preguntas. Haz lo que se te dice y encontrarás la respuesta por ti mismo.

Y ahora, por último, una experiencia de silencio narrada por el propio Ortega:

MALLARMÉ (O. C. IV PP. 481 y ss.)

Es 11 de septiembre de 1923, amigos españoles de Mallarmé se reunían en el Jardín Botánico de Madrid para conmemorar con un silencio de cinco minutos el XXV aniversario de su muerte. Los reunidos fueron; José Ortega y Gasset, Eugenio d’0rs, Enrique Díez-Canedo, José Moreno Villa, José María Chacón, Antonio Marichalar, José Bergamín, Mauricio Bacarisse y Alfonso Reyes.

Me limitaré a reproducir mediante una retrospección cuanto ocurrió en mi escenario mental durante parte de aquellos tácitos minutos.

«Es mucho silencio el de cinco minutos. Terror de atravesarlo a nado mudo. Distraerse y hablar fuera un naufragio… Los mástiles que se inclinan hacia los naufragios» (Mallarmé)… Es como atravesar una plaza grande y vacía bajo el sol: agorafobia… La idea de este silencio es de Alfonso Reyes… A ningún español se nos hubiera ocurrido esto. A los españoles nos avergüenza toda solemnidad, nos ruboriza. ¿Por qué? Pueblo viejo. Tenemos en el alma centurias de solemnidades; éstas han perdido ya la frescura de su sentido y nos hemos acostumbrado a pensar que son falsas y desvirtuadas. Alfonso Reyes es americano. Alfonso… Reyes… Alfonso, nombre de reyes…, es americano. Pueblo joven… La juventud es, dondequiera que se la halle, en un hombre, en un pueblo, un sistema de muelles tensos que funcionan bien y se disparan con toda energía… El joven lo siente todo heroicamente, mitológicamente» con plenitud y sin reservas… Los pueblos niños viven en perpetuo estreno, como los niños. Lo estrenan todo… Recuerdo sintético de mi teoría sobre el modo de vestir de los hombres argentinos… En esta teoría interviene como término de comparación el famoso jubón de raso amaranto que usaba Leonardo de Vinci… Imagen visual muy vivaz de este indumento… ¿Debo pensar en Mallarmé? ¿Defraudo a estos amigos pensando en todo menos en él? Probablemente sólo los pueblos jóvenes Alfonso Reyes (mejicano) y Chacón (cubano) piensan ahora en Mallarmé… Los demás… Sospecho que, como yo, piensan que están azorados… (¿Por qué nos azora callar juntos? Recuerdo sintético de la teoría del azoramiento. ¿A qué altura estaremos de esta navegación por un mar de silencio?... Mallarmé habla de silencio… ¿Dónde?... Describiendo a la bailarina Loie Fuller, dice: «es un silencio palpitado de crespones de China»… Y comparando la danza y la pantomima, sugiere que «están ambas celosas de sus silencios respectivos»… Debe hablar en algunos otros sitios más sobre el silencio, pero no los recuerdo… En qué sentido la poesía de Mallarmé es una especie de silencio elocuente… Consiste en callar los nombres directos de las cosas, haciendo que su pesquisa sea un delicioso enigma… La poesía es esto y nada más que esto, y cuando es otra cosa, no es poesía ni nada.

¿Habrá pasado ya el tiempo?... Canedo, nuestro cronometrador, mueve una mano. ¿Irá a sacar el reloj?... Un transeúnte se acerca. ¿Pasará entre nosotros? ¿Qué debemos hacer? ¿Advertirle que se detenga para no atravesar nuestro silencio y romperlo como un cristal?... Vaga angustia… Y una feroz gana de hablar, de decir que Mallarmé fue un fracasado, un pájaro sin alas, un poeta genial sin dotes ningunas de poeta, escaso, torpe, balbuciente… ¿La poesía?... Hace tiempo estoy convencido de que la poesía se ha agotado… Cuanto hoy se hace es mero hipo de arte agónico… De pronto se abre en mí un vacío mental: no hallo nada dentro de mí; ninguna idea, ninguna imagen…, salvo esta percepción de vacío espiritual… Pasan entonces a primer término las sensaciones intracorporales y externas: el latido de la sangre en las venas, el zapato de Moreno Villa que está sentado a mi vera y el tronco arrugado de una sófora japonesa que se alza enfrente de mí»…

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